CAPÍTULO X: PRESAGIO.
El fuerte sonido la despertó agitada, sorda y temblorosa.
De un golpe levantó la mitad de su cuerpo quedando sentada sobre la cama,
intentando descifrar lo que pasaba. Una neblina espesa había inundado su
habitación, le dificultaba la respiración, se ahogaba. No era neblina, era
polvo. Agudizó la mirada, con sus manos intentó deshacer la densa niebla de
polvo que la agobiaba. El terror aumentó, no podía creer lo que veía.
La pared
que separaba su habitación de la sala estaba derrumbada, el techo de la
vivienda se había venido abajo, sólo quedaba un pedazo sobre ella, notablemente
falseando, como amenazando con caerle encima, podía ver que el otro extremo de
la casa estaba en ruinas. No pudo evitar una agonizante tos. Sus piernas no
respondían a la orden de levantarse, pensó en sus padres.
¿Dónde estarían? ¿Qué había pasado? ¿Qué era ese humo
negro que oscurecía el cielo?
Desde su cama vio hacia la selva que rodeaba la
urbanización las Acacias. Creyó ver una especie de fuego avanzando entre los
arbustos. Pensó que eran los nervios. Un sonido agudo le devolvió el sentido
del oído y al instante escuchó crujir el techo sobre ella, saltó de la cama con
un impulso y agilidad producto de su disciplina en el gimnasio, y el techo cayó
sobre la cama haciéndola pedazos. Escuchaba explosiones, pero menos ruidosas a
la que interrumpió su sueño y la hizo despertar. Seguía escuchando el sonido
agudo, era una alarma de emergencia, poco a poco iba comprendiendo, aunque
confundida.
¿Estamos
en guerra? ¿Nos están atacando?
Salió de lo que había sido su habitación, asombrada,
saltando entre los escombros, mirando alrededor. La escena era apocalíptica,
muchas casas de la urbanización estaban sin fachadas, algunas personas salían
heridas a la calle, sangrando, desorientadas.
Se agrupaban en la plaza frente a su casa, y desde allí todos miraban
hacia el sur con asombro y terror en el rostro.
Escuchó las sirenas de los camiones de bomberos.
¿Blancos de una bomba nuclear? ¿Qué tan lejos había sido
el impacto? ¿Se estarían haciendo realidad sus pesadillas de guerras?
El miedo crecía y atacaba su estómago, sintió un frío
recorriéndole la pierna derecha y entonces notó la herida, era leve, un rasguño
tal vez hecho con los escombros o quizás un trozo del techo le había caído
estando en la cama y no lo sintió hasta ahora por el pánico.
Volvió a su casa, rasgó una tela y con ella cubrió su
herida amarrándosela alrededor de la pierna. Recordó a sus padres adoptivos, no
los vio afuera donde se agrupaban atemorizados sus vecinos. Corrió entre los
escombros buscándolos, entró a la cocina y era un caos. Dos habitaciones se
habían desplomado por completo, la sala era un cementerio de escombros, las
lágrimas golpearon desde su estómago, ensancharon su garganta, inundaron sus
ojos hasta rodar cuesta abajo por sus mejillas.
Mileidys Bermúdez no podía creer que sus padres adoptivos
habían sido tapiados por los escombros, no podía aceptar que estuvieran
muertos. Entre los escombros vio una de las fotografías que con orgullo los
Bermúdez mostraban en el interior de la sala, era ella retratada en medio de
ellos, la foto la habían tomado el día de su adopción, a sus doce años. Habían
pasado seis años y ella se sentía feliz y en familia junto a ellos. Se ganaron
su confianza, con cariño, con atención. Y el único secreto que decidió guardar
era el de sus sueños. En sus sueños veía escenas de su infancia, y aunque no
recordaba mucho de su niñez tenía la convicción de que así era. También tenía
sueños que se cumplían, hasta el momento nada alarmante, sin embargo, algunos
sueños eran pesadillas monstruosas y se preguntaba si acaso esas también se
cumplirían.
Les habría contado sus sueños, pero sabía que ellos la
llevarían a algún psicólogo, se preocuparían mucho por su salud mental. Ya la habían
inscrito en ballet, karate y natación, por el interés de que pudiera
desarrollar habilidades productivas, también la inscribieron en una universidad
privada, proveyéndole lo necesario para su desarrollo académico. El ambiente
familiar era celestial, jamás imaginó que de ser adoptada podría estar en un
hogar como ese. Y ahora, una vez más, todo cuanto amó está derrumbado, sólo
quedan ruinas.
Con los ojos fijos en la fotografía recordó que Nelson y
doña Estílita no habían dormido esa noche en casa, el día anterior habían
decidido visitar a sus padres en el campo y ella se quedó porque debía
presentar exámenes al amanecer. Al instante escuchó sirenas acercándose a la
urbanización, se asomó detrás de la única pared que quedaba en pie, componentes
militares se dirigían a Las Acacias. Corrió hacia la plaza, el pánico se adueñó
de ella una vez más, decidió abandonar el grupo de heridos que estaban reunidos
allí, escuchó comentarios que insinuaban que otra explosión podía ocurrir. Sin
entender qué pasaba, corrió a las afueras de la urbanización, sin dejarse ver
por los militantes de la Guardia Nacional. Entre callejones y veredas se alejó,
viendo las calles abarrotadas de autos, también veía personas invadiendo
locales comerciales para saquearlos.
Mientras avanzaba escuchó rumores de lo que ocurría, no
era una guerra, no se trataba de una bomba nuclear, era la Planta Amuay, algo
había sucedido allá. Veía grupos pequeños de personas que corrían en dirección
contraria, dirigiéndose a la planta. Decidió cambiar su rumbo y unírseles. A
medida que se acercaba podía ver el incendio crecer en una de las áreas de la
planta, también una pared inmensa de humo negro que vestía el cielo como
marcando una imponente división en el horizonte. Escuchaba las historias de
algunos que se lamentaban, lanzaban plegarias con un “dios mío sálvalo”.
-Mi esposa no debía estar allí. Le correspondían sus
vacaciones la semana pasada y acordamos que las dejaría para luego, de manera
que pudiéramos disfrutar en nuestro aniversario de bodas.
Mileidys miró al señor que le hablaba. Un hombre de unos
treinta o treinta y cinco años, su rostro reflejaba agonía. Le contó que
planeaban tener un bebé pronto, que ella era su vida, que no sabía qué
sucedería si ella no sobrevivía.
-Salí de casa antes que los militares llegaran y me
obligaran a evacuar llevándome quién sabe a dónde. No tiene sentido ningún
lugar sin ella.
Le pareció romántico el gesto, pero no sabía si podía
sentir ternura en un momento como ese. Se preguntó a sí misma qué hacía
caminando hacia la planta, todas esas personas tenían a alguien allá, nadie
podría estar caminando hacia la planta por mera curiosidad, sin duda el lugar
era una bomba de tiempo, o al menos eso se rumoraba entre la gente con la que
iba.
¿Qué hacía caminando hacia una bomba de tiempo? ¿Por qué
no se devolvía y se montaba en uno de los vehículos de la Guardia Nacional
dispuestos para la evacuación? ¿Cómo estarían Nelson y Estilita?
Seguro ellos estarían angustiados, averiguando qué
sucedió, intentarían entrar al pueblo, la Guardia Nacional no les permitiría el
paso, desesperados intentarían explicarle a uno de los funcionarios que su hija
estaba en el pueblo, que querían buscarla, la angustia sería indescriptible. Se
enterarían que hay un campamento para refugiar a los evacuados, irían hasta
allá, al no encontrarla la angustia sería mayor. Pensó en volver, pero sentía
que debía llegar hasta la planta.
Llegó, burló el bloque de la prensa junto al cordón que
delimitaba el paso, se las ingenió para no ser vista por los funcionarios,
corrió hacia el interior de la planta, con dificultad para respirar por el
fuerte olor que emanaba desde el lugar del incendio. De repente tuvo la sensación
de que algo era ajeno a la realidad, se detuvo, vio a un hombre corriendo a su
lado, el hombre corría a gran velocidad, vio a un bombero notablemente de alto
rango, a un militar y al vicepresidente a su izquierda, siguió al hombre que
corría. Lo vio atravesar una columna de fuego, y llegar hasta la planta y subir
por encima de escombros en llamas, lo siguió. El hombre llegó hasta donde
estaba un grupo de rescatistas aterrados, escuchó a una mujer que gritaba desde
el interior de una garita. De repente el hombre tomó con sus manos una roca
encendida en llamas y otra más, liberaba el paso hacia el otro lado del muro de
escombros y fuego, haciendo fácil el
acceso hacia la garita.
Una explosión la cegó y ensordeció. Mileidys brincó de
inmediato. Se encontró sobre su cama, sentada, rodeada por una neblina de
polvo. Comprendió que había soñado, contempló la escena, la habitación
destruida, medio techo sobre ella, de inmediato saltó de la cama, su sueño
comenzaba a cumplirse.
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