El
autor narra la experiencia desde su perspectiva de lo que pudieron haber vivido
las víctimas del incendio de Amuay, sus últimos pensamientos, el arrojo con el
que algunos lograron sobrevivir, el sufrimiento de los familiares, aunado al
entorno político que se manejaba tras el suceso, hipótesis de sus causas, las
impresiones y solidaridad de su gente, al mismo tiempo que revela la esencia
humana en medio de desastres como el ocurrido hace poco más de cinco meses en nuestro país.
Igualmente
reseña sobre las creencias religiosas que se sitúan con más fuerza ante eventos
cercanos a la muerte, y que impactan por igual a ateos o creyentes. Y toca con
profundidad aquellos “hubiera” que nos planteamos ante los infortunios, los
porqués, los “esto no hubiera pasado si”, los planes de la vida que se truncan
sin querer, lo que haríamos ahora si nos dieran una segunda oportunidad, y
hacen tocar fondo tanto a la víctima como al espectador, que se introduce sin
quererlo en el texto como un testigo más de la historia, como uno que igualmente
ha vivido sinsabores; de tal manera que su lectura permite una nueva reflexión
acerca de lo que hacemos con nuestro presente.
Cabe
recordar a uno de sus personajes, Miriam: el autor refiere con relación a lo
anteriormente planteado, que ella “no se
asombra, sabe que las tragedias pueden doblegar el orgullo y amenazar las
emociones negativas.” Ella consciente de la situación pero impregnada de
empatía, motiva a otros de los sobrevivientes y les infunde esperanza en tal
vez su último día de vida. Otro de los héroes de la historia se constituye en
la figura principal, Roberto Infante, quien representa más allá de las
características de ficción a él atribuidas, la capacidad que tiene el ser
humano para sobreponerse ante situaciones límite y seguir adelante, un concepto
que en Psicología se denomina resiliencia, y que es a mi parecer el fondo de
esta historia.
Al
mismo tiempo que el autor nos invita a reflexionar sobre la vida en sus
diferentes facetas, su lectura grata y refrescante permite situar al lector en
el lugar de las víctimas de la tragedia al punto de hacerles preguntarse qué
harían en una situación similar o qué están haciendo para que su vida tenga un
propósito loable que trascienda en las generaciones. Destaca algunas veces la
muerte como un punto final, y a pesar de desconocer qué hay en el más allá,
enfatiza el más allá de este lado de la vida, que no es más que el legado que
le dejamos a los que nos anteceden, eso mientras el mundo siga girando. Uno
degusta el mensaje y se pregunta en qué consistirá la parte II de esta novela
de la vida real.
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